Casi quince años después de su libro El Imposible capitalismo verde, Daniel Tanuro ha publicado un nuevo libro, Écologie, luttes sociales et révolution, con prólogo de Timothée Parrique.
El libro consta de dos largas entrevistas (realizadas por Alexis Cukier y Marina Garrisi) divididas en dos partes. En la primera, titulada “Lo que sabemos”, el intelectual y activista anticapitalista belga ofrece un análisis global de la catástrofe ecológica. En la segunda, titulada “Lo que podemos hacer”, analiza diversas formas de afrontarla y esboza una estrategia de transformación ecosocialista.
Daniel Tanuro es un pensador central en la comprensión de las crisis ecológicas de nuestro tiempo. Sus libros anteriores, entre los que destaca El imposible capitalismo verde, han contribuido a difundir un análisis marxista no dogmático de los peligros que amenazan las condiciones de vida humanas y no humanas en nuestro planeta. Sin embargo, Écologie, luttes sociales et révolution constituye un capítulo aparte en la obra del autor. Aquí, su ambición es mucho más amplia: en primer lugar, porque se propone echar un vistazo crítico a la mayoría de los debates que animan el mundo intelectual y militante de la ecología social; en segundo lugar, sobre todo, porque dedica una parte mayor que en el pasado a cuestionar las estrategias de desarrollo de una conciencia ecológica de clase.
“Lo que sabemos”
En la primera parte del libro, el autor pasa revista al estado actual de los conocimientos sobre la catástrofe ecológica. Esto le permite retomar una demostración ya desarrollada en El imposible capitalismo verde, luego afinada en ¡Demasiado tarde para ser pesimistas! la imposibilidad de abordar la gran catástrofe de nuestro tiempo sin cuestionar el sistema capitalista. Podemos alegrarnos de que tal manifestación parezca menos revolucionaria en nuestro tiempo y de que una parte de la izquierda se haya apropiado de ella. Por otra parte, es lamentable que más de quince años después de su primera formulación esté más de actualidad que nunca y que mientras que la catástrofe climática ya está aquí, el cataclismo parezca más cercano que nunca.
El autor toma como punto de partida de su argumentación la crítica de Marx a la economía política, defendiendo su pertinencia para comprender los trastornos ecológicos. Este enfoque marxiano no se opone al del movimiento del decrecimiento, que ha demostrado cómo la búsqueda infinita del crecimiento es imposible en un mundo de recursos limitados[1]. Por el contrario, la crítica marxiana “proporciona una explicación materialista de la naturaleza crecentista del sistema” (p. 64). Demuestra que el capital, como relación social de explotación destinada a la renovación permanente de la ganancia, multiplica las mercancías y, por lo tanto, fomenta la lógica de “producir más” y “consumir más” (p. 64).
La defensa que hace el autor de un enfoque marxiano de la catástrofe ecológica es fértil y no dogmática. Es consciente de los numerosos debates en los círculos intelectuales y militantes marxistas sobre la presunta ecología de Karl Marx. También muestra cierto interés por las investigaciones de intelectuales (como John Bellamy Foster y Paul Burkett, y más recientemente Kohei Saito) que han mostrado cómo el pensamiento ecológico puede encontrarse en la obra de Marx.
Sin embargo, Daniel Tanuro argumenta que esta investigación refleja a veces un enfoque excesivamente apologético de la obra de Marx, que no permite abordar las nuevas cuestiones ecológicas. Pero el autor no pretende entrar a fondo en este debate, que en última instancia es más bien exegético, tratando de determinar, como señaló en su momento Daniel Bensaïd, si Marx era un “ángel verde” o un “demonio productivista”. El enfoque marxista defendido por Daniel Tanuro pretende situar la crítica marxista del capitalismo en el centro del análisis de la catástrofe ecológica.
Esta crítica permite al autor examinar con matices los distintos lugares en los que se produce el conocimiento ecológico. El autor se interesa por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el camcio blimático (IPCC, por sus siglas en inglés) cuya importancia reconoce, afirmando que sus publicaciones “representan la mejor síntesis científica existente para comprender el cambio climático” (p. 37). No obstante, se muestra muy crítico: nos enteramos que los gobiernos y sus representantes interfieren en el funcionamiento del IPCC (nombrando a sus directivos) y también en sus publicaciones (tienen derecho a revisar los resúmenes publicados para los responsables de la toma de decisiones). Por supuesto, estas intervenciones tienen por objeto defender los intereses del capitalismo de los combustibles fósiles. Sobre todo, el autor señala que para la mayoría de los miembros del IPCC, “no hay salvación fuera del crecimiento del PIB y, por tanto, del capitalismo” (p. 41).
Esta creencia en la naturaleza natural y permanente del capitalismo explica por qué las políticas de mitigación promovidas por el IPCC se basan tan a menudo en las tecnologías (en particular las tecnologías de emisiones negativas), incluso cuando su eficacia no ha sido probada. Dicho de otro modo, en palabras del autor, un “espectro tecno-utópico sigue rondando los debates” en el seno del IPCC (p. 42). A pesar de ello, el autor constata que se están abriendo brechas y que, entre los científicos, el consenso capitalista y expansionista ya no es tan fuerte como en el pasado. La presencia de varios decrecentistas “justos” o “sociales” en el GIEC es un ejemplo de ello.
El enfoque marxista defendido por el autor también le permite echar un vistazo antropológico fértil a otra fuente de conocimiento, esta vez no institucionalizado: el conocimiento ecológico popular tradicional. El enfoque marxista nos ayuda a comprender una extraña paradoja señalada por varios arqueólogos y antropólogos: ¿por qué “los conocimientos ecológicos tradicionales, con su parte de creencias y de magia” se han mostrado “más eficaces que los conocimientos científicos modernos” frente a las diversas catástrofes ecológicas que han jalonado el curso de la historia (el autor utiliza el ejemplo de las poblaciones indígenas de la Isla de Pascua que se enfrentaron a crisis ecológicas)?
Una vez más, la razón reside en el desarrollo del capitalismo. Éste desposeyó a las clases trabajadoras de los conocimientos ecológicos que se habían desarrollado y transmitido a lo largo de muchas generaciones. La revolución industrial y el desarrollo de las fábricas transformaron a los trabajadores y trabajadoras en “apéndices de las máquinas, sin una visión global de la actividad productiva” (p. 54). El trabajo, como actividad que implica la extracción y transformación de materia y energía, y a través del cual la humanidad regula su relación con la naturaleza, se ha vuelto opaco y las clases trabajadoras han perdido todo control sobre él. La naturaleza está ahora en manos del capital, con toda la irracionalidad que ello conlleva (competencia, innovación, secreto empresarial) y los peligros que plantea.
“Lo que hay que hacer”
En la segunda parte del libro, el autor analiza diferentes estrategias para intentar responder a la pregunta “¿qué hay que hacer?”. En este sentido, el libro de Daniel Tanuro es tanto más importante cuanto que desarrolla su pensamiento estratégico de forma más completa.
Empecemos por dar la razón al autor sobre las pistas falsas. Identifica tres principales: el capitalismo verde, el ecofascismo y el tecnosolucionismo. Por supuesto, el capitalismo verde no puede presentarse como una solución, y el autor presenta este concepto como un oxímoron en la medida en que “no hay compatibilidad entre la dinámica intrínseca de la acumulación de capital y la gestión racional de los intercambios de materia, tanto en el seno de la sociedad humana como entre ésta y el resto de la naturaleza” (pp. 83-84).
Así pues, todas las nuevas actividades llamadas verdes (el desarrollo de la industria del hidrógeno, la economía circular, etc.) no son en el fondo más que nuevas fuentes de beneficios y no pueden en modo alguno responder a la catástrofe ecológica actual. Además, el capitalismo verde se inscribe en una lógica imperialista marcada por la competencia por el acceso a nuevos recursos, la mayoría de las veces situados en el Sur global (litio, etc.).
Huelga decir que el ecofascismo, como proyecto autoritario, racista, antiinmigratorio y maltusiano, tampoco puede presentarse como una solución. Sin embargo, el autor no cree que constituya una amenaza inmediata y duda de la capacidad actual de la extrema derecha para movilizar a ciertos sectores de las clases trabajadoras contra las minorías en nombre de la ecología. Los acontecimientos actuales muestran que la extrema derecha, ya sea en Argentina (Javier Milei), en los Países Bajos (Geert Wilders) o en Estados Unidos (Donald Trump), está más interesada en movilizar a las clases trabajadoras contra la ecología, principalmente jugando con las contradicciones del capitalismo verde.
El callejón sin salida creado por el capitalismo verde es evidente: aparte de que no funciona[2], da pábulo a las reivindicaciones antiecológicas de la extrema derecha, que “explota demagógicamente las consecuencias antisociales” de tales políticas (p. 100).
Por último, el autor se dirige a su campo social evocando el tecnosolucionismo, es decir, la creencia de que la catástrofe ecológica puede resolverse mediante el uso de determinadas tecnologías (desarrollo masivo de nuevas energías descarbonizadas, tecnologías de emisiones negativas de carbono, etc.). Sostiene que no es sorprendente que los capitalistas recurran a ello en la medida en que la fe en la tecnología es “la única respuesta compatible con la dinámica de la acumulación” (p. 101).
Sin embargo, el autor pone en guardia a los marxistas que creen que las tecnologías, una vez que escapen a la lógica del mercado y de la competencia, resolverán el problema. El desarrollo de estas nuevas tecnologías, argumenta el autor, requeriría enormes cantidades de energía. Incluso la transición a las energías renovables sería muy intensiva en energía y provocaría por sí misma un fuerte aumento de las emisiones de CO2. Por ello, el Daniel Tanuro sostiene que, si bien hay que defender un uso razonado de la tecnología, una política ecológica y social no puede prescindir de una reducción radical de la producción y el consumo: “Es cierto que las tecnologías digitales y los nuevos materiales ofrecen grandes posibilidades, pero tenemos más que suficientes para detener la catástrofe, siempre que rompamos con la acumulación. Las soluciones son políticas, no tecnocráticas: eliminar la producción y el consumo innecesarios, combatir radicalmente las desigualdades sociales, garantizar la participación democrática en la toma de decisiones. La urgencia absoluta de la situación no permite otra alternativa realista” (p. 101).
Puesto que ni el capitalismo verde ni el tecnosolucionismo de izquierdas son soluciones, y puesto que necesitamos “eliminar la producción y el consumo inútiles”, la pregunta es: ¿cómo podemos lograrlo? ¿Qué sectores de la población deben implicarse? El autor dibuja un espectro con dos perspectivas en cada extremo, que considera insostenibles. En un extremo del espectro están intelectuales como Bruno Latour y Nikolaj Schultz, que creen que la clase trabajadora ha sido moldeada por un imaginario productivista y no puede ser el sujeto del desafío ecológico.
Según ellos, que ignoran bastante lo que es una clase social, que es algo más que una construcción social o política, hay que construir una nueva clase ecológica que lidere la lucha contra la catástrofe. Daniel Tanuro no menciona a Andreas Malm que, aunque se declara adversario de Bruno Latour, también desconfía del mundo del trabajo. Para él, la clase obrera está demasiado asociada al compromiso productivista del siglo XX y empantanada en la búsqueda del reparto de los frutos del crecimiento. En la estrategia de leninismo ecológico que desarrolla, Andreas Malm no concede ningún papel al mundo del trabajo: toda la batalla se libra entre activistas muy politizados partidarios de la acción directa, incluso del sabotaje, por un lado, y el Estado, por otro[3].
En el otro extremo del espectro, encontramos una estrategia esbozada por el geógrafo estadounidense Matthew Huber. Para él, la clase obrera sigue siendo el sujeto revolucionario por excelencia, más aún en tiempos de catástrofe ecológica. El autor no se opone a esta idea. La catástrofe ecológica (o su evitación) está ante todo determinada por las opciones de producción de una minoría capitalista. Así pues, luchar contra la catástrofe significaría permitir a la clase obrera apropiarse de los medios de producción y, luego, garantizar que la clase obrera tome las decisiones correctas para dejar de causar daños.
Según Daniel Tanuro, este planteamiento es pertinente en la medida en que reconoce la centralidad del mundo del trabajo. Sin embargo, argumenta el autor, Matthew Huber no pretende “ayudar al mundo del trabajo a romper con la estrategia sindical tradicional de compartir los frutos del crecimiento, que encierra a los trabajadores en un marco productivista y les cierra cualquier perspectiva política” (p. 109). En otras palabras, Matthew Huber no propone una estrategia para desarrollar una conciencia de clase que tenga en cuenta las limitaciones ecológicas. No podemos sino estar de acuerdo con la crítica de Daniel Tanuro: la conciencia de clase no surge espontáneamente y corresponde a una organización política (o sindical) desarrollar nuevas identidades.
Para compensar las debilidades del planteamiento de Matthew Huber, el autor propone a continuación reflexionar sobre el desarrollo de una conciencia de clase ecológica, pero también sobre los distintos obstáculos a su desarrollo. Identifica dos obstáculos principales para su formación. El primero se deriva del hecho de que la fuerza de trabajo pertenece al capital (que la compra) y, por tanto, depende de él para garantizar su reproducción. Ni que decir tiene que un obrero petroquímico que, como los jóvenes diplomados de AgroParisTech, decidiera diversificarse ya no tendría suficiente para alimentarse.
El segundo obstáculo, más sutil, es el resultado del desarrollo del capitalismo y, más concretamente, de la revolución industrial, de la que se sabe que ha descualificado profundamente a los trabajadores. Al desposeerlos de sus conocimientos, perdieron prácticamente todo control sobre las opciones de producción. Estos factores, sostiene el autor, “hacen extremadamente difícil pensar en otra sociedad no sólo como una utopía abstracta, sino como un proyecto concreto” (p. 112).
Una vez identificados estos obstáculos, pero también tras haber reflexionado sobre diversos puntos débiles del capitalismo, el autor propone una estrategia para el desarrollo de una conciencia ecológica de clase. Señala que sólo se trata de hipótesis y que cualquier hipótesis puede corregirse. Esta última parte del libro es más discutible, ya que las hipótesis planteadas apenas se apoyan en ejemplos concretos.
Sin embargo, sería difícil criticar al autor por ello, ya que la investigación sobre los vínculos entre el mundo del trabajo y las preocupaciones ecológicas es aún relativamente reciente. Por el momento, sigue faltando una serie de estudios empíricos que puedan alimentar las estrategias ecosocialistas. No obstante, Daniel Tanuro propone trabajar para desvincular el movimiento obrero del productivismo apoyándose en diversos elementos.
Por un lado, habría que prestar especial atención al sector de la reproducción social (de los cuidados) en el que “el trabajo tiene una dimensión relacional” (sanidad, transporte público, cuidados personales, etc.) (p. 117). Según el autor, se trata de un terreno fértil para la movilización: es difícil de deslocalizar y es predominantemente femenino, inseguro y racializado. En su seno, “la idea de los cuidados podría constituir el hilo conductor de una ruptura obrera con el productivismo” (p. 117). El autor sostiene que las luchas antirracistas, ecologistas, campesinas, etc., que convergen en la cuestión de los cuidados, deberían tratar de situar la cuestión medioambiental en el centro de la conflictividad.
Por otra parte, el autor anima a intensificar los intercambios entre ecologistas, sindicalistas, etc. para “preparar las conciencias ante una crisis política y social de gran envergadura” (p. 129). No podemos sino estar de acuerdo cuando Daniel Tanuro, refiriéndose a un texto de Lenin que pone de relieve los “prejuicios” o las “fantasías reaccionarias” de ciertos explotados, nos recuerda que la “lucha contra la hegemonía ideológica de la clase dominante” es “un proceso complicado, desigual y caótico de formación del sujeto”, que requiere debate y confrontación (pp. 115-116). Por ello, el autor anima a intensificar los intercambios con el mundo del trabajo, en particular participando en cursos de formación sindical.
Para el autor, la construcción de un nuevo sujeto obrero que rompa con el productivismo debe estar al servicio de un proyecto revolucionario al que el militante intelectual y anticapitalista no ha renunciado. Para ello, sigue apoyándose en el método de transición desarrollado por León Trotsky. Este método permite “tender un puente” entre las “reivindicaciones inmediatas” y el proyecto de sociedad socialista. El autor actualiza el método, proponiendo adaptarlo a las limitaciones ecológicas de nuestro tiempo y someterlo a nuevas exigencias, como el decrecimiento justo.
Por supuesto, semejante programa[4] representa una ruptura profunda con el estado actual de la conciencia de los oprimidos del mundo. Pero el autor sostiene que lo que “la situación exige no puede ser adoptado de inmediato por las clases trabajadoras, pero debe formar parte del programa” (p. 140).
Abrirse
El último libro de Daniel Tanuro tiene un valor incalculable. En primer lugar, porque resume las décadas de investigación y experiencia del autor, y ofrece una mirada crítica sobre el desastre ecológico actual. En segundo lugar, porque, más que nunca, el autor emprende reflexiones estratégicas sobre cómo sacar al mundo del trabajo del productivismo y construir un nuevo sujeto revolucionario que tome nota de las limitaciones de las que no podemos escapar: la reducción global del consumo de materia y energía.
Las dos grandes vías desarrolladas (apoyarse en el sector de la reproducción social con la estrategia del cuidado y multiplicar las confrontaciones y los intercambios con vistas a construir una nueva hegemonía) son ricas. Preparan el camino para la investigación en ciencias sociales, que deberían poder ponerlas a prueba mediante encuestas empíricas. Me gustaría sugerir una tercera vía que el autor no menciona. La catástrofe ya está en marcha y está dando lugar a numerosos fenómenos climáticos extremos, que también están generando movilizaciones. En Camboya, por ejemplo, las lluvias monzónicas especialmente violentas de 2013 y 2014 mermaron las cosechas de las y los agricultores[5]. Las malas cosechas también afectaron a los trabajadores y. trabajadoras textiles de los centros urbanos, ya que son interdependientes de sus familias en el campo (a través de ayudas económicas, materiales, etc.). Por ello, dieron lugar a una fuerte movilización para mejorar sus salarios, precisamente para compensar la falta de recursos de los padres en las zonas rurales. Aunque estas huelgas tienen lugar en el centro de trabajo, ya están arraigadas en las catástrofes climáticas. Este es un terreno aún más fértil para que las reivindicaciones trasciendan los muros de la fábrica o la planta y se extiendan a la preservación de las condiciones de vida en el planeta.
Por: Douglas Sepulchre
21/06/2024
Traducción: viento sur
[1] El prefacio del libro, escrito por el economista y teórico del decrecimiento Timothée Parrique, atestigua el acercamiento entre ecosocialistas y defensores del “decrecimiento justo”.
[2] En la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, las emisiones de CO2 no están disociadas del crecimiento en la mayoría de los países. Y cuando lo están, es a un ritmo demasiado lento y/o demasiado tímido para garantizar el cumplimiento del Acuerdo de París.
[3] Malm, Andreas, Cómo dinamitar un oleoducto
[4] La Cuarta Internacional, corriente política a la que pertenece el autor, ha publicado hace poco el Manifiesto del marxismo revolucionario en la era de la destrucción ecológica y social capitalista.
[5] Lawreniuk, S., “Climate change is class war: Global labour’s challenge to the Capitalocene”, en Natarajan N., Parsons L. (eds.), Climate Change in the Global Workplace, Londres, Routledge, 2021, pp. 172-188.
Tomado de: vientosur.info
Fuente: Radio Temblor